
Era un día de sol espléndido.
Aunque nunca tuvo buen oído, aquellos días era capaz de percibir el rumor del agua y el rítmico cantar de los pájaros.
El sol, del que tanto huyó durante años le bañaba el rostro cada día y le hacía sentir bien, le rejuvenecía la piel y le llenaba de energía para acometer todos sus proyectos y enfrentarse a sus infinitos e interminables problemas.
Aquellas semanas había dejado de leer la prensa y de ver las noticias, y se había concentrado en disfrutar de esos pequeños placeres que la vida le había traído. Se conformaba con oir, tocar, ver...
Y reir. Reía mucho.
Por eso, por no prestar atencon a las noticias, no supo que aquella tarde habría un eclipse de sol.
Ra se fue escondiendo poco a poco, hasta dejar la ciudad a oscuras. Los pájaros parecían haber dejado de cantar. Quizás pensaban que era de noche.
Agudizó el oído, y entendió que los pájaros seguían cantando, pero que ya no le cantaban a sus oídos. Entendió que las canciones eran las mismas, pero el público era otro. Porque en algún lugar el sol seguía estando ahí.
Se sentó a esperar que volviera a salir el sol, pero las tinieblas se hacían eternas.
Se acurrucó para soñar, pero el miedo a la oscuridad podía más, y seguía oyendo el cantar de los pájaros, a lo lejos.
Decidió levantarse y salir a buscar el sol. Preguntó aquí y allá y todo el mundo le daba la misma respuesta: "siempre sale el sol".
Pasaron muchos días y el sol no le iluminaba el despertar.
Supo entonces que nunca lo encontraría mientras buscara el mismo sol que tenía.
Ese se había escondido.
Supo que no volvería a oir los pájaros mientras quisiera oir el mismo canto. Aquel canto tenía otro público.
Pero cuando al girar una esquina veía un rayo de luz y corria a abrazarlo, la noche le envolvía de nuevo. El sol se escondía.
Tenía que aprender a olvidar el sol que le enrojecía por la mañana, a olvidar el canto que le tranquilizaba por la noche. Tenia que aprender a reconfortarse con los rayos de luz de le acariciaban algunos atardeceres y buscar en el corazón de los pájaros lo que le querían decir.
La última vez que le vi estaba volviendo a recobrar el color moreno en su piel, pero las señales de la noche seguían en su rostro. Aún iba al parque a escuchar a los pájaros, y volvía llorando sabiendo a quien cantaban.
Pero volviendo a salir a abrazar a sus rayos de luz.