19 febrero 2006

Alter pollus cantorum

No hace muchos días, un amigo me llamó para decirme que su hija, de 21 años, tenía un aviso del juzgado para que pasara a recoger una notificación urgente e importante. Pensando quizás que pudiera estar metida, aún sin saberlo, en algún lío, la acompañó. Las noticias no eran malas (en principio): la chica tenía que comparecer al día siguiente en la Audiencia Provincial para una selección de jurado.
Es decir, la joven sólo había tenido la "suerte" de ser seleccionada para ser jurado. Así que se presentó en la Audiencia a la hora prevista, para pasar la selección y con la idea de volver a su tranquila vida. Pero no.
Nada más acabar la selección (parece que le gustó a todas las partes, pues la escogieron), y sin que la hubieran avisado, pasó a la sala de vistas, donde se inició el juicio. Un juicio por presunto asesinato, que comenzó con el interrogatorio al reo.
Sobre las peripecias del juicio nada contaré, porque la información no es de primera mano, pero seguro que no tiene desperdicio (la presión de la responsabilidad, la incomunicación en un hotel, la custodia de la Guardia Civil...).
Pero me permitié reflexionar sobre el funcionamiento de la Justicia (así, con mayúsculas, dada su importancia para la cohesión social y el buen funcionamiento del estado de derecho).
Ser miembro de un jurado popular es toda una responsabilidad y una situación que puede comportar muchas sensaciones fuertes y hasta contradictorias. Presión, miedo, desconfianza... Por eso, la información por parte de la Administración de Justicia es primordial. No sólo para tranquilizar a quien tiene en sus manos la posibilidad de canviar negativa o positivamente la vida de un presunto delincuente, sinó también para garantizarle un juicio justo.´
Al parecer, nada de eso existe. Se recibe una notificación, de la que nada te explican, más que de la posibilidad de ser multado en caso de incomparecencia, te meten en una sala y... a juzgar. No hay tiempo para presparse psicológicamente, ni para avisar en el trabajo, no para asesorarse de cuáles son tus derechos y obligaciones. Nada.
No es un problema de la Ley del Jurado. Una ley alabada por unos y denostada por otros. Es, como he dicho, una cuestión de mal funcionamiento de la justicia. Un funcionamiento, permítaseme la expresión y que nadie vea desacato, un tanto prepotente. Yo juzgo, tu cumples con tu obligación y lo demás no importa.
Esta anécdota (para mí que no la viví, pero no para su protagonista) puede sumarse a otras muchas situaciones a las que nos enfrentamos los usuarios de los tribunales, en las que la Ley pretende una cosa y la Justicia consigue otra.
Como el caso de los juicios monitorios. Son esos juicios para la reclamación rápida de deucas, en las que no se necesita abogado y procurador para presentar la demanda y en función de la cuantía y de la materia, ni para seguir la acción (debo decir aquí que es una de las pocas reformas legislativas de fondo que alabo de la época del gobierno del Partido Popular, pero eso es harina de otro costal). Esas demandas se pueden presentar en unos formularios gratuítos que te dan en el juzgado, pero que, a pesar de todo, deben cumplir unos requisitos (firma, aportación de documentos, etc.). Pues bien, que a nadie que le ocurra ir al juzgado a preguntar si la demanda que está presentando cumple con los requisitos mínimos exigidos en la Ley de Enjuiciamento Civil, pues se puede encontrar con la respuesta de "yo sólo se lo sello, si tiene alguna duda consulte con un abogado". Pues bien vamos. La Ley facilita al ciudadano que reclame las pequeñas deudas, pero debe tener abogado para ello. Para eso no hacía falta la reforma de la Ley.
La reforma de la Administración de Justicia sigue siendo la gran asignatura pendiente. Y no se hace sólo con reformas legislativas, se necesita acción política y, como siempre, dinero.
De poco sirve que los jueces deban o puedan atendernos en catalán si el acceso a la justicia sigue siendo tan difícil como siempre.
Si en vez de pedir firmas para nada (aunque para fastidiar mucho) o manifestarse para pedir poder decidir -gran incongruencia de la que quizás escriba otro día-, los políticos del país se dedicaran a solventar este y otros temas básicos para nuestro bienestar, otro gallo nos cantaría.