24 enero 2007

Justicia material y otras paridas

Lo voy a hacer. Me he resistido durante todo el día, pero al final claudico ante mi conciencia.
Voy a defender a un cerdo. Voy a alzar la voz a favor de los derechos individuales de un hijo de puta, de uno de los ejemplares más relevantes de la escoria humana, sólo comparable a los asesinos nazis y otros especímenes similares.
Iñaki de Juana Chaos, vil asesino etarra irreductible, se está muriendo. Personalmente, me importa un bledo. De verdad, que le den. Pero hay algo con lo que no puedo y es con la interpretación interesada del Derecho que hacen determinados políticos, sus amigos mediáticos y sus infiltrados en las organizaciones sociales.
Ese cabrón se está muriendo, y lo está haciendo en la cárcel. Y ese no es un lugar digno para un ser humano (por muy cerca que esté de parecerse más a otra cosa). Si no lo fue para Puig Antich, salvando las causas y las distancias, no lo es tampoco para él ni para nadie.
El Estado de Derecho es para aplicarlo a todo el mundo, incluso a los terroristas. Pretender lo contrario es socavar los cimientos de la misma sociedad democrática.
Defender la dignidad de las personas (repito, aunque parezca una contradicción) forma parte de la obligación de los poderes públicos. No hacerlo con los enemigos de la democracia, de la vida y de la libertad (guiño al PP) es aplicar el dogma del ojo por ojo.
La Constitución, esa norma con la que algunos se llenan la boca a pesar de que no querían que se promulgase, también ampara a los que la atacan. Esa es su grandeza.
Lo que se trata de dilucidar en los tribunales no es si ese perro es culpable o inocente. Para eso nos hemos dotado de los procesos judiciales penales. No se trata de dejarlo en libertad, ¿o alguien piensa que en su estado se va a fugar?, sino de permitir que se recupere para poderlo juzgar o de que tenga una muerte digna. Sí he dicho digna, ya que su vida es indigna, al menos que su muerte lo sea. Esa es una muestra de la propia dignidad de esta sociedad, que no quiere volver a tener entre sus congéneres personajes como ese, que quiere la paz por encima de todas las cosas, que ve en el derecho a la vida el pilar de su existencia.
Y que conste, todo esto lo digo desde el asco que me produce ver su jeta y desde el más estricto respeto y comprensión al dolor de sus víctimas, las directas y las indirectas.