22 marzo 2006

A los ojos de la serpiente

Quisiera decirlo mirándote a los ojos, pero tal debe ser tu vergüenza acumulada que una capucha me impide ver si tu expresión es de sinceridad o de ironía.
No espero que leas estas líneas, pues no me arrogo la importancia social que tú sí te das, pero he llorado tanto con tus fechorías que me creo en el derecho de pedirte que no me falles.
Y lo escribo en verde, en verde esperanza.

Te creí cuando dijiste que matarías a Miguel Ángel si no se cumplían tus exigencias. Y lo hiciste.
Te creí cuando dijiste que las bombas de Madrid no eran tuyas. El tiempo te da la razón.
Y ahora, cuando me dices que me quieres dejar en paz, que no volverás a hacer lo que hiciste con Ernest, con Gregorio, con Miguel Ángel y con tantos pedros, marías, antonios o encarnas, te quiero creer.

Quiero que tu nombre sea historia.
Quiero que mis hijos sepan de tus “hazañas bélicas” por los libros y el cine, como ahora leen que en este país hubo una guerra y que los nazis fueron responsables del Holocausto.
Quiero que, de verdad, me dejéis en paz.

No olvidaré lo que pasó con mis compañeros, con mis vecinos. No.
No te prometo olvido, pero si cumples tu palabra, te prometo perdón.

Serpiente, no me falles y no te fallaré.