14 diciembre 2005


He tardado unos días en iniciar mi periplo literario-filosófico en este blog, y no ha sido por pereza, sino porque he pensado mucho que contedio darle a esta primera intervención. Cuando decidí crear este espacio tuve muy claro porqué quería hacerlo, y os lo quiero explicar.

Mi pasión por el debate, el libre pensamiento y la tolerancia a las ideas de los demás arranca en mi infancia. Y se la debo a mi padre.
Con Juanjo discutía a diario. Discusiones sobre temas intrascendentes, o sobre valores, o sobre política, y hasta sobre fútbol. Hablábamos con vehemencia, hasta elevando el tono de voz, pero siempre con respeto y con una sonrisa en los labios.
De él aprendí que lo más importante son siempre las personas. Sus problemas, sus sentimientos, sus anhelos; en resumen, su corazón.

Este mes de febrero me dejó huérfano. No sólo perdí a mi padre: perdí a mi amigo, mi mejor amigo (nunca te lo dije, error de hijo), a mi compañero de filosofías, a mi compañero de batalla. Perdí a esa persona de la que sabía que siempre perdería las partidas, como cuando jugábamos al ajedrez y se dejaba ganar, simplemente porque me quería. Perdí a mi maestro, al profesor que prefería que dudara de sus enseñanzas a convencerme porque eso me hacía más libre y más fuerte.
Ahora, cuando no le tengo para plantearle mis pensamientos inútiles, cuando no puedo pedirle consejo sobre lo que está bien y lo que está mal, cuando no puedo escuchar lo que piensa sobre la LOE, sobre la situación de SEAT, sobre la solución a los accidentes de tráfico o sobre si Catalunya es o no una nación, escribo mis pensamientos en la red. Con la esperanza de que desde su escaño en el mundo de los justos se conecte algún día y nos diga la suya. Con su sabiduría.

Papá, espero tus correos.

No hay comentarios: